Sunday, August 12, 2007

un coso de al lao pero más abajo: maximiliano crespi

a veces navegar de manera furibunda suele dar frutos, como en los bosques del sur. abrí la boquita y chupáte este arándanito con... o sin cremita.

I. Cremita

Le deseaba el culo. No se lo decía pero era así. No se lo decía porque sabía que ella saldría de nuevo con lo mismo: la noche, las salidas, la sangre, la ropa, la plata, el alquiler, las drogas y todo eso que de una manera u otra le permitía seguir con vida. De nuevo con lo mismo. No se lo decía, pero cuando estaba acostada, de espaldas, la almohada bajo el vientre, y le pedía que la cogiera, que se sacara las ganas, que eso era el amor (sacarse las ganas), le deseaba el culo.
Pablo se sacaba las ganas siempre. Incluso mientras ella dormía, miraba televisión o leía uno de esos libros de Gudiño Kieffer que se reproducían como las cucarachas por toda la casa. Se acercaba de atrás, le levantaba la pollera, le separaba las piernas, le corría la bombachita, se metía dos dedos en la boca y después, mojaditos ya en la pesada humedad de su saliva, los hundía despacito en la rajita de Paula. A ella le daba lo mismo. Lo dejaba hacer. Pensaba en cualquier cosa, en los libros, en los personajes, en la comida del gato, en el nombre de ese gato que Pablo había decidido llamar simplemente "gato" para obligarlo a cargar con la especie... leer más
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Wednesday, August 08, 2007

Monday, August 06, 2007

la calidad poética de la prosa cortazariana

O si no, para ser literales, óigase como poema el comienzo de Prosa del observatorio (1977):

“Esa hora que puede llegar alguna vez fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo, esa manera de estar entre, no por encima o detrás sino entre, esa hora orificio a la que se accede al socaire de las otras horas de frente o de lado, de su tiempo para cada cosa, su cosa en el preciso tiempo, estar en una pieza de hotel o en un andén, estar mirando una vitrina, un perro acaso teniéndote en los brazos, amor de siesta o duermevela, entreviendo en esa mancha clara de la puerta que se abre a la terraza, en una ráfaga verde la blusa que te quitaste para darme la leve sal que tiembla en tus senos...” (...)

párrafo extraído de la página Biblioteca Luis Angel Arango
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